Cada vez más personas optan por procedimientos estéticos para mejorar su figura, y uno de los más demandados en la actualidad es la lipoescultura. A diferencia de la liposucción tradicional, esta técnica busca no solo eliminar grasa localizada, sino también esculpir el cuerpo de manera armónica y proporcionada.
La lipoescultura consiste en extraer depósitos de grasa situados entre la piel y el músculo mediante cánulas metálicas finas. A menudo se realiza bajo anestesia local y permite trabajar varias zonas del cuerpo en una sola intervención, logrando resultados más equilibrados. Su principal objetivo es eliminar grasa resistente al ejercicio y la dieta, mejorando así el contorno corporal sin sustituir hábitos saludables.
Durante el procedimiento, el especialista marca las áreas a tratar, se administra una solución tumescente para facilitar la extracción de grasa, y luego se aspira el exceso a través de una cánula. La operación suele durar entre dos y cuatro horas, y permite una recuperación progresiva: en 48 horas ya es visible el 70 % del resultado, aunque el cambio completo puede apreciarse hasta pasados tres meses.
El postoperatorio incluye molestias leves, moretones, entumecimiento e hinchazón, pero la mayoría de los pacientes retoma su vida habitual pocos días después. No obstante, la lipoescultura no estira la piel ni elimina la celulitis, por lo que se recomienda especialmente a personas sin problemas de sobrepeso ni envejecimiento cutáneo significativo.
Como toda cirugía, implica riesgos como infecciones, reacciones adversas o coágulos, por lo que debe realizarse bajo supervisión médica especializada.
Desarrollada inicialmente en 1974 por el doctor Georgiou Fischer y perfeccionada por Pierre Fournier en París, la lipoescultura se ha convertido en una técnica refinada dentro del mundo de la cirugía estética, ideal para quienes buscan una mejora notable en su silueta sin procedimientos excesivamente invasivos.