La agorafobia, según su etimología, significa miedo a los espacios abiertos. Sin embargo, este trastorno de ansiedad va mucho más allá. Según Raquel Rivero, psicóloga clínica, se trata del temor o ansiedad que surge en situaciones donde se percibe que escapar es difícil o que no se tiene control ante un posible peligro.
Las personas con agorafobia evitan lugares donde podrían sentirse atrapadas, como el transporte público, centros comerciales o conciertos, lo que puede afectar gravemente su vida diaria. En los casos más graves, pueden llegar a no salir de casa. Otros, aunque logran salir, necesitan acompañamiento o recurren a medicamentos para controlar su ansiedad.
Este trastorno no es muy común y, aunque algunos lo desarrollan tras una experiencia traumática, muchas veces se debe a una combinación de factores como la personalidad, baja tolerancia a la incertidumbre o falta de autoconfianza. Evitar las situaciones que generan ansiedad solo perpetúa el problema.
Los principales síntomas incluyen miedo a quedarse solo, temor a lugares difíciles de abandonar, cambios de comportamiento y dependencia de otras personas. En algunos casos, la agorafobia se asocia con crisis de pánico, que provocan síntomas físicos intensos como palpitaciones, sudoración, temblores y sensación de ahogo.
El tratamiento más efectivo es la terapia de exposición, donde la persona, con ayuda de un especialista, enfrenta gradualmente las situaciones que teme. Los antidepresivos y ansiolíticos también pueden ser recetados al inicio del tratamiento. Aunque el pronóstico suele ser positivo, depende del grado de afectación y la motivación del paciente.
Entre las complicaciones más comunes están el abuso de alcohol para mitigar los síntomas y el desarrollo de depresión, soledad e incluso pensamientos suicidas debido al aislamiento prolongado.