De Séneca a Aristóteles, la felicidad fue un tema recurrente en la filosofía clásica. Siglos después seguimos persiguiendo el Santo Grial de la felicidad. Sin embargo, obsesionarnos con ser felices puede ser contraproducente y conducirnos a la infelicidad.
Se supone que cuanto más valoremos la felicidad, más resultados positivos alcanzaremos y más felices seremos. Sin embargo, esta idea tiene algunos puntos débiles, como demostró un estudio realizado en la Universidad de Denver.
Estos psicólogos preguntaron a las personas cuánto valoraban la felicidad y cuánto se esforzaban por ser felices. Tras 18 meses de seguimiento, descubrieron que quienes se esforzaban más por ser felices reportaron un 50% menos de emociones positivas, un 35% menos de satisfacción con la vida y un 75% más de síntomas depresivos que las personas que tenían otras prioridades.
Ese efecto contradictorio se apreciaba tanto en las situaciones estresantes de la vida cotidiana como en aquellas alegres. En práctica, las personas que se enfocaban demasiado en la felicidad parecían disfrutar menos de los pequeños placeres de la vida, era como si se sintieran decepcionadas de su nivel de felicidad.
Cuando valoramos mucho algo, aumentan las probabilidades de que nos sintamos contrariados y frustrados si nuestras elevadas expectativas no se cumplen. Obsesionarnos con la felicidad activa un mecanismo de autoobservación constante. Nos monitorizamos en busca de las señales de alegría y satisfacción. Cuando no las encontramos o no son tan intensas como esperábamos, nos sentimos inmediatamente más desgraciados.
Estos investigadores concluyen que “intentar maximizar la felicidad puede ser contraproducente”. En su lugar, debemos seguir el consejo del filósofo Henry David Thoreau cuando escribió: “La felicidad es como una mariposa, cuanto más la persigues, más te eludirá. Pero si vuelves tu atención a otras cosas, vendrá y suavemente se posará en tu hombro”.
La autenticidad como camino hacia la felicidad